Protagonistas de la Campaña

Doctor Paul Udko

Su carrera profesional comenzó en el Hospital de Dixmont para dementes. Mientras sus coetáneos se centraban principalmente en curar los trastornos mentales de sus pacientes, él prefería prolongarlos para poder estudiarlos mejor. Cuando llegó la Gran Depresión y el hospital perdió la mayor parte de su financiación, decidió dedicarse a la práctica privada antes que soportar una reducción salarial. Sin embargo, pronto le aburrieron las triviales quejas de sus clientes, y empezó a buscar otros más extraños y perturbados, tuvieran dinero o no.

Fue contratado en 1924 para tratar a un magnate farmacéutico llamado Walter Winston. Recién salido de Dixmont, agradeció tener una fuente de ingresos estable. El hombre había sufrido algún tipo de experiencia traumática en 1924 y, según su familia, desde entonces no había vuelto a ser el mismo. En aquel momento le interesó menos lo que pudiera haberle ocurrido que las barreras que había levantado para contenerlo. Cuando su esposa falleció en 1932, la familia Winston se deshizo de él.

Cuando escuchó que Walter Winston había muerto a principios de año, se sintió intrigado por el incidente que había atormentado la vida de este hombre. Cuando su hija Janet Winston-Rogers le llamó por teléfono pensó que podría ser su oportunidad de descubrir la verdad, o de acercarte lo suficiente a ella.

Le impulsa la necesidad de desentrañar aquello que es desconocido y comprender aquello que es elusivo. Ha habido ocasiones en las que esa obsesión le ha hecho descuidar tu higiene, ofender a los que son demasiado sensibles y defender lo inconcebible en aras del debate. Probablemente esto explique su soltería empedernida.

Margaret Sullivan, detective de Policía

Después de obtener su licenciatura como asistente social y completar el entrenamiento de agente femenino para el Departamento de Policía de la ciudad de Nueva York, se convierte en una de las pocas mujeres detective del cuerpo. Su labor consistía básicamente en entrevistar a mujeres jóvenes y niños que habían sido víctimas de crímenes violentos. Ella conectó las historias de cuatro niñas sin un vínculo aparente, supervivientes de intentos de secuestro, y resolvió el caso de una red de prostitución infantil.

Janet Winston-Rogers ha estado siguiendo su trayectoria desde que apareció en el Times la noticia de su arresto al proxeneta. Entabló una conversación con ella en la Gala Benéfica de la policía y donó, en su honor, una impresionante suma a la comisaría. Ahora la ha estado llamando para preguntarle si próximamente podrías tomarse unos días libres.

En el campo de tiro puede disparar como el mejor y en el bar puede blasfemar como el mejor. Después de pasarse el día escuchando testimonios de abuso y violación tampoco es que le siga preocupando mucho lo que pueda ser propio de una dama. Cuando hace falta se deja de bromas y se pone seria y profesional. Ni siquiera está convencida de que le guste su trabajo, pero alguien tiene que hacerlo, y no está segura de si alguien más sería capaz.

Joseph Westmore, diletante

Infancia privilegiada sería quedarse corto: internado, veranos en Europa, instituto privado, un año haciendo amigos en la mansión de su tío en Inglaterra, Yale… Ahora su vida transcurre plácidamente de clubs náuticos a fiestas de etiqueta, y de ahí a dejarse caer por hoteles de cinco estrellas. El máximo esfuerzo que hace es durante las clases de esgrima. Pero viajar en primera clase no es precisamente una aventura. Así que va a seguir el consejo que siempre le dio su madre: viste conforme a la vida que desees. Ha cambiado sus pantalones planchados con raya y sus zapatos relucientes por unos pantalones militares y unas botas de cuero. Ha llegado la hora de ver el mundo desde los barrios y callejones oscuros.

Los Westmore siempre han tenido una relación amistosa con los Winston. Su hermano mayor fue al colegio con Janet, la única hija de los Winston. Iban a cenar a menudo y, cuando se aburrían de jugar al billar, Joseph solía admirar la biblioteca de Walter. Llegado a cierto punto se empezó a imaginar otra forma de vida, quería emular a un hombre como Walter Winston. Nunca permanecía mucho tiempo sentado en el trono de su imperio farmacéutico; viajaba, se citaba con turbios contactos, y se involucraba si hacía falta. Había terribles rumores acerca del tipo de negocios en los que andaba metido, y esto te tenía increíblemen-
te emocionado. Es una pena que a su regreso nunca hablara de sus aventuras. Es una pena que ya no esté entre nosotros. Pero eso no hará que dejes de admirar su tenacidad y su coraje.

A pesar de toda la educación que has recibido eres el primero en admitir que es un poco ingenuo acerca del
funcionamiento del mundo. No es que Yale sea la escuela de la calle, y sus padres son demasiado protectores. Joseph siempre imaginó que había algo emocionante esperándole a la vuelta de la esquina y estás dispuesto a descubrirlo. Dicho esto, tampoco es que sea tímido en su ignorancia. No tiene ningún problema en decir lo que piensa o lo primero que se viene a la cabeza que, si está equivocado, ya habrá alguien que le corrija.

Dorothy Astor, escritora

La verdad es que todo empezó como una broma, cuando Dorothy pensó que los lectores devorarían libros acerca de lo sobrenatural y el ocultismo. Mezcló unas cuantas leyendas locales, las supersticiones de su madre y una pizca de documentación, y de repente tenía un éxito de ventas detrás de otro. Y entonces empezó a llegar la correspondencia. Los lectores empezaron a escribir montones de cartas, convencidos de que, tras esas historias, había una parte de verdad acerca del más allá o de las maldiciones sudamericanas. La creyeron. Apoyaron sus relatos con historias de su cosecha. Dorothy hacía como que se las creía para no insultarles.

Y no eran todo chavales o gente de pocas luces, también escribían estudiantes universitarios, hasta profesores, y empezaron a nombrarla en los periódicos. El otro día, en un periódico, alguien se refirió a Dorothy como la máxima autoridad en misticismo. Ahora no hay vuelta atrás.

Walter Winston era uno de sus lectores más fervientes. Empezaron a intercambiar correspondencia después del segundo libro. Una de sus historias acerca de un culto sexual acabó convirtiéndose en su tercer libro. Gran parte del contenido de su primer ciclo de novelas eran cosas que salían de las cartas de Winston, cambiando algunos nombres y maquillándolo todo un poco. Las cartas dejaron de llegar allá por 1924 pero, aun así, Dorothy envió a Winston una copia gratuita de cada libro de los siguientes dos ciclos que escribió.
Aunque posea una imaginación desbordante y romántica Dorothy se siente incómoda en casi todas las situaciones sociales, una incomodidad que va en aumento según aumenta la formalidad. Adopta los ademanes de aquellos a quienes admira intelectualmente, lo que no suele redundar en su beneficio y probablemente explique su soltería. Aun así, Dorothy no dedica mucho tiempo a preocuparte por su posición social, ya que el tiempo que pasa alejada de la escritura y la correspondencia suele ser un tiempo perdido.